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lunes, 22 de enero de 2024

No es otra pintura mas!

 

La Puna de entonces…

(acuarela de Ferran Huici)

                        Si bien la acuarela de mi amigo “el gallego” Ferrán tiene fecha 1987, yo se la debo haber “comprado” por ahí del 90 mas o menos. Se la vi una siestita tilcareña en la casa, a la vez boliche, que creo era de su mujer por entonces, frente a la plaza. Ya habíamos almorzado con mi chofer, y habíamos terminado la tarea de capacitación en el Distrito Tilcara de la D.E.J. Había que pegar la vuelta, sin embargo, me detuve a saludar y entre otras acuarelas estaba ésta.

                        Si la comparaba a las otras hubiera dicho que era “insignificante”, y aunque suene peyorativo- seguramente lo pensé-  hoy debiera pedir disculpas por el pecado cometido aun en pensamiento. Si, era espartana, despojada: como la Puna! Esa Puna que yo contemplaba desde la ventanilla del lado del acompañante de la camioneta. Cabina simple aclaro; no había mucha doble cabina todavía.

                        Vuelvo a la pintura. La Puna que me asombraba desde arriba del vehículo, y en momentos en que ya el sol estaba alto, calculo, cerca de las diez de la mañana y siempre que la camioneta estuviese subiendo hacia La Quiaca, o sea, era la visual que tenia yo hacia mi lado derecho. La montaña “cortita”, sin sombras que hagan trampa y lo hagan parecer mas bonito a un paisaje de por si “despojado” -ya lo dije-

                        Esa fue la Puna jujeña que yo conocí. La pintura del “gallego” la mostraba tal cual era, en esos años y a esas horas. Cabe aclarar que, a la vuelta hacia San Salvador y al atardecer, y siempre del lado del acompañante el paisaje era otro. Las sombras a la altura del Huancar pintaban otra pintura, otra Puna. ¡Esa que cuando la camioneta paraba para yo poder hacer pis, y ya con viento y un resto de sol de cola metía miedo! ¿A quien?, pues a mí. Ese paisaje me hacia sentir lo que en realidad somos nosotros, los seres humanos, a merced de esa magnificencia de la naturaleza. ¿Qué somos? ¡Pues nada! Y si amenazaba alguna tormenta típica de esa zona, capaz que me aguantaba las ganas hasta llegar al puesto caminero en donde ya estaba como al resguardo junto a otros que como yo, ante ese paisaje: ¡no éramos nada!




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